¿A quién le puede asustar un graffiti?

Dicen que las manifestaciones callejeras a favor o en contra de algo, se reducen a un capricho exhibicionista de esclavos impotentes, quienes no conformes con serlo tienen que gritarlo en público. El graffiti actual tiene mucho de eso. Es claro que se trata de un fenómeno en el que sus actores buscan hacer acto de presencia, levantar su voz y obtener cierta notoriedad; primero, frente a otros grafiteros, y después, con toda la sociedad.

Sin embargo sus medios parecen agotados. En medio de la espectacular publicidad que inunda las calles, ¿quién puede hoy, sorprenderse frente a un nuevo mural-graffiti?.

Rayonear paredes usando las mismas formas estéticas de hace 25 años, y defender tales acciones como “formas artísticas” y “vehículos de expresión”, haciendo uso de argumentos que corresponden a una realidad también bastante añeja, es hoy una convención social tan cuadrada como saludar a la bandera. Quién siga pensando en el graffiti como una forma de ruptura antisocial, debe considerar aún vigentes los preceptos contenidos en los libros de civismo de secundaria.

En sus primeros años de vida, el graffiti sorprendió a todo mundo por la rabia de sus trazos: extrañas iconografías que impresas en la calle, anunciaban a un nuevo grupo de actores sociales manifestándose, alzando la voz. Pero desde hace tiempo, todo ese tipo de formas estéticas (incluido el trabajo con aerosol, esténciles, stickers, viníl, serigrafía, etc.) han sido secuestrados por el mundo de la moda y el entretenimiento para venderlo en forma de mercancía. ¿Cómo puede un tagger sentirse tan maldito, cuando esos mismos iconos que se dedica a registrar por la calle son finamente estampados en una sudadera de 100 dólares firmada por Calvin Klein?; ¿Cómo considerar antisocial un producto cultural que ha sido completamente absorbido por la publicidad, vendido hoy en desfiles de moda, anuncios de televisión, golosinas y muñecos para niños?

Cuando el graffiti, como resultado de una manifestación cultural, es etiquetado y vendido en un ostentoso mall como una bolsita de frituras alternativas, es momento de que sus creadores se den a la tarea de renovar y dirigir sus estrategias por otro rumbo. O de plano, darse cuenta de que solo están encarnando a un inofensivo personaje de esa caricatura mediática que la industria del entretenimiento se empeña en llamar contracultura.

Fuente: alfredojo@hotmail.com


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